domingo, 1 de junio de 2008

De El manto y la corona (1958). Rubén Bonifaz Nuño.

Aquí debería estar tu nombre.


1

Cada día levanto,
entre mi corazón y el sufrimiento
que tú sabes hacer, una delgada
pared, un muro simple.
Con trabajo solícito,
con material de paz, con silenciosos
bienamados instantes, alzo un muro
que rompes cada día.

No estás para saberlo. Cuando a solas
camino, cuando nadie
puede mirarme, pienso en ti; y entonces
algo me das, si tú saberlo, tuyo.
Y el amor me acongoja,
me lleva de tu mano a ser de nuevo
el discípulo fiel de la amargura,
cuando desesperadamente trato
de estar alegre.

Porque soy un hombre aguanto sin quejarme
que la vida me pese;
porque soy hombre, puedo. He conseguido
que ni tú misma sepas
que estoy quebrado en dos, que disimulo;
que no soy yo quien habla con las gentes,
que mis dientes se ríen por su cuenta
mientras estoy, aquí detrás, llorando.

Yo sé que inútilmente
me defiendo de ti; que sin trabajo
me tomas por la fuerza, o me sobornas
con tu sola presencia. Estoy vencido.
Ni siquiera podrías evitarlo.
Hasta en mi contra, estoy de parte tuya:
soy tu aliado mejor cuando me hieres.

2

[...]

Qué simple he sido, amiga; yo pensaba,
antes de amarte, que te conocía.
No era verdad. Comprendo. Antes de amarte
ni siquiera te vi; no vi siquiera
lo que estaba en mis ojos: que tenías
una luz y un dolor, y una belleza
que no era de este mundo.

Y porque lo comprendo, porque sufro,
porque estoy solo, y vives, dócilmente
hoy aprendo a mirarte, a estar contigo;
a saber deslumbrarme,
crédulo, humilde, abierto, ante el milagro
de mirarte subir una escalera
o cruzar una calle.

3

[...]

Porque tú lo mandaste al despedirnos,
porque soy cosa tuya, he procurado
no sufrir. He querido que no sientas
ningún dolor por causa mía
en este dedo chico de tu mano
que es hoy mi corazón. Porque te quiero
te digo: “No he sufrido.”

Dejo ya de escribirte
para seguir pensando en ti. Comienzo
a tratarte de “usted” en mi memoria.
Usted no me ha olvidado;
Yo la estoy esperando. Usted lo sabe.

4

[...]

Reina desamparada,
señora de las dádivas perdidas:

porque te necesito te hago falta.
Tu soledad no es sólo tuya, es nuestra;
porque te das existo,
y solidariamente respondemos
de la suerte del mundo.

6

[...]

Cuando me he despedido
de ti, después de un día de tenerte,
y camino de gusto por las calles,
ay, cómo compadezco
a los que tú no amas, que no saben.
Y me dan ganas de abrazarlos
a todos, de gritarles que la vida
es buena; que tú vives, que debemos
obligatoriamente ser felices.
O de echarme en el suelo boca arriba
con los ojos cerrados,
y cuando alguno llegue a preguntarme
si algo me pasa, contestar: “Es sólo
que soy feliz porque la quiero.”

[...]

18

He detenido la respiración
para sentir si tú respiras.

A la vez has quedado tan presente y lejana.
Eterna casi.
Fuera del tiempo, sola, sin moverte.

Y me llenó el horror incontenible
de que te hubieras ido;
de que te hubieras muerto en sueños,
y me hubieras dejado entre los brazos
sólo una imagen clara,
un simulacro tibio, una perfecta
máscara tuya con los ojos cerrados.

[...]

1 comentario:

Basted dijo...

HOLA
Adoro esta poesia y la tengo completa y me parece totalmente bellisima, asi que te felicito por agregarla a tu blog y gracias a esto difundirla.

Basted